
Poesía
Vera Sienra

ESQUELAS (notas para tu música)
(2002, Edición personal. Sobre formato carta con hojillas sueltas sin numerar. El diseño para impresión fue de Alejandro Di Candia.)
Succiona colmándose de placer por tan generoso gotear de leche.
En el sonar del pecho materno lo vegetal y humano se reúnen.
Aquellos brazos le acunaron el cuerpo, pequeño sitio físico que ha
inaugurado dentro del nuevo espacio de la vida.
No desde sus ojos sino desde arriba, con el ver que se ubica
por encima de la cabeza, observa la yema del pulgar que aprieta
con suavidad el seno, ese armonioso rulo cayendo sobre la oreja
y una entrañable parte del perfilado rostro.
Gira en torno. Todo resulta familiar. Su caliente alegría emite sin ser
vista la fuerza amorosa que trae consigo. Siente desde afuera, con el
limpio y preciso mirar que toma del mundo unos ínfimos datos: el
lóbulo carnoso, el terso declive de la piel bajando el pómulo. Esa
presencia de mujer percibida, el contenido humano que se abre
es su madre.
Cuando baja de la mágica conciencia,
el bebé duerme plácidamente
solo en la cuna.
Se nace creyendo en el amor.
¿Dónde se meten los recién nacidos si no es en la esperanza de ser amados?
Aunque el mundo se presente frío y se fragmente un hombre vuelve,
enrolla el mapa de su zodíaco, anhela el vértigo de nacer.
El aroma extraterreno, la sagrada piel concebida con tanto amor
¿quién lo recibe? ¿No es un destino humano ser raíz de una estrella?
Cuando los astros sean almas vivas y la noche el continente patrio,
a río, a ola, a nave blanda sólo con pensar en ti encontraré tu sitio.
Disuelta como una playa anímica
buscaré a los míos.
Iré hasta el oído de sus músicas.
Será bello el oscuro de confiar sin ojos
cuando no tenga nada que me aísle.
Podré reconocerlos en el amor consciente amando al mundo,
exploraré la arquitectura próxima, el dolor condensado, los hechos
perdurables.
Visitaré los hornos de coraje, el calor de los espíritus futuros.
Uno adentro del otro atravesándonos, avanzando
y mudando de conciencia, trabajando el mañana filiales y fraternos
estaremos juntos.
Que se tire la palabra,
que nosotras dejemos caer la palabra siguiendo el impulso zigzagueante.
Esa es la lengua que nos empequeñece.
Los demonios,
los que aún no hemos podido redimir son los polizontes.
Y las antecesoras, ciertas mujeres de opinión tenebrosa
parientas sombrías que hemos amado con tanto dolor
y que nunca han sido dueñas de sus palabras.
Esa es la lengua que nos quita el sitio,
la lengua que nos roba nuestra mejor palabra.
La luz de marzo tiene mucha paciencia. Por la mañana, en el vapor
sosegado y humeante, el palpitar humano puede flotar entre las plantas
como si fuera un ave. Cuando se plasma esa bienaventuranza interior, lo
femenino sabe que sentir es unirse a las cosas.
Entró temprano a la cocina. Miró la vegetación encantada desde la
puerta. Su voluntad levanta una leve alegría. Con ella ordena la mesada,
fija su atención en la forma de las hortalizas, en lo específico del color y la
textura que las mueve a ser lo que son. Luego las limpia meticulosamente
bajo el chorro de agua.
La voluntad también provoca otros fenómenos, actúa en otros sitios.
Circula en la sangre, en la mujer aérea y metabólica, en el vivir conjunto de los órganos.
Una voluntad secreta distinta a la que pone al concentrar sus ojos y sus manos preparando el almuerzo, una que vive ocultamente en otra maravilla.
Adentro de su cuerpo algo gira en trompo copiando el acto exterior de
revolver el contenido de la olla. Se quita las gotas de sudor que huelen a
especias.
Deja la comida a fuego lento. Repitiendo remotas etapas, la voluntad
trabaja como un dios. El embrión crece. La joven mujer está silbando
una cancioncita dulce.
Ha perdido volumen y estatura la centenaria abuela,
mejor dicho; el reino de las piedras pide su parte porque el encantamiento
se termina.
Los muertos de la casa que están en todo, apenas separados de los vivos por un borde, soplan sobre ella sus vivencias por si se cruza un diálogo celeste. Pero la curva piedra activa con sus trapitos puestos, lo suficientemente vieja para tornarse transparente, se ve ofuscada, distraída, está desamorada, prendida a su deseo de morir y no a la muerte.
Hay voces que lloviznan, no han encontrado el modo de acercarse.
La vieja habla con sus brazos
tallada enteramente por el esfuerzo de servir toda una vida.
Todo lo vio en su primito de mejillas rojas, piel blanca y nervada.
Dibujando historias con grafito grueso.
Se mente, un rey loco, mordiendo el pan caliente de su yo de miel, la
arcillita dulce.
Él amó la imagen de sus antepasados. Con devoción copió los sentimientos.
Entraban por sus orejitas y sus ecos le decían: Serás la nueva luz de tus
mayores. Serás la nueva luz de tus mayores.
Ni un solo amigo grande le dijo que él era un ser irrepetible.
Un día aciago sintió que no tendría esa grandeza, aquel destino superior de sus fantasmas. Su yo quedó encerrado en el retrato de su abuelo.
Pasó el tiempo, el bello fruto de amor se transformó en una naranja de
perfume agrio. Él no fue suyo, no alcanzó a ser suyo. Fue de tal palo tal
astilla.
La pelotita de pimpón es la más cordial y alegre de todas las
esféricas. Leve, escurridiza, una bolita de aire que repica con pim pim
delicado hecha para estimular la síntesis de aciertos como cuando pega y
salta sobre el agua una piedra bien fina. Vuela entre los contrincantes que
son afines a las bolitas de papel, a la caída de una pluma. Salta
graciosamente cobrando vida cuando el ojo y la mano se unen para hacer
de ti un espíritu que juega. Es como la cascarita de un huevo de perdiz, una bolita para tirar sin viento, pica para que te contengas, para mostrar que detrás de su pim pon hubo un artista sencillo que ideó la blanca pelotita sabiendo lo que hacía.
Siempre que un anhelo de sensitividad se condense en carne y hueso
dentro de una madre será posible que el recuerdo sea.
Siempre que la sangre conciba y sople un corazón humano,
el amor entrega su futuro.
En los puentes que tienden las mujeres
asoma la diversidad de los destinos.
Unas acordando con los dones del recién nacido, otras obstruyendo a los
hijos. De todas maneras, el tiempo deposita su confianza en los hombres.
¿Cómo liberar a los que amamos?
No pueden andar a babucha, aunque tengan yoes vulnerables,
Se precipitan al dolor de los errores seducidos, siempre seducidos.
Sin embargo, todos somos capaces de ser autónomos.
Entonces; ¿cómo nos libramos de la preocupación por liberarlos?
La abuela sestea en el sillón: exhala, expulsa los dientes;
inhala, los hace entrar a su lugar. Despertará de su sueño mortecino
con la sonrisa en la falda y no habrá visto el magnífico fenómeno de su
dentadura voladora saltando de su boca hasta los nietos. Duerme bajo la luz de la ventana trenzando las manos.
( La casa respira, hace su anochecer como
también su alborada. Junta objetos como también
junta costumbres. El alma humana necesita un nido,
un sitio con bordes, una fe concreta para que el
tiempo, entre nacer y morir, perdure. )
Discrepa con ese amor celeste que transmite. Su piel, envolvente fosfórica, no ha conocido el placer. Tan adorable su reclamo,
de un año a esta parte se ha convertido en una novia solitaria;
emite cierta luz submarina, busca el titilante brillo de su pareja.
Ángel perdido, neutro y sin deleite. Su hermosura asexuada dista
de ser oportuna…
Un día se le calentarán los ojos, se ligarán a ella los duendes que le pinten el cuerpo con sus pincelitos hasta tensarla. No sé cómo se
encuentran los seres que deben amarse, pero se encuentran.
Las novias se deslizan por los hilos de las posibilidades.
Durante el día, siente una generosa disposición que la une a las personas, pero de noche teme a los muchachos desamorados de los
boliches.
El siglo veintiuno trae cierto tipo de novias casi bestiales, otras por demás
ilusas, pero también trae madonas. El amor tiene sustancia y ciencia en
las almas de esas novias hondas.
Madre e hija ponen distancia. El gesto y la actitud que tienen para vivir
el día les facilita un instructivo breve, constante, que habla del ánimo
y el carácter de ambas. Con eso tienen los pensamientos básicos
para entenderse una con la otra, pero no se conocen.
Se unen misteriosamente. Se habitúan.
La hija siente una pena confiable porque gracias a la pena
hizo conciencia; su madre acusa un cansancio crepuscular y
ardiente.
Por eso la besa, da muestras de tener un corazón fluente
expuesto a la debilidad ajena.
Una alegre y otra melancólica
se mueven indistintas provocando en el alma
pequeñas condensaciones en copos. La madre nota que la niña despunta
y siente ese dolor que no mutila porque su hija no es un gajo ni una
planta semejante a ella: aquella otra alma pone sus velos, actúa
fuera de su vista, prescinde, conforma su propio mundo.
No tendría sentido si se tornaran dos extrañas, que no es lo mismo que estar o ser desconocidas. Si no pudieran conocerse se debe a que lo íntimo, lo hermético de cada Yo no es visible o palpable.
Así que el hecho es simple y delicado:
Madre e hija han puesto distancia.
del libro CRÓNICA DE CORNISAS
( año 1982, ed. Arca. Concurso de poesía Embajada de España, Montevideo )
Hay días en que una sola ciudad
arde como un hombre devorado en llamas.
Caen piedras en pavoroso silencio
rebotando enormes como bolas de niebla
llegan
con el viento
las lluvias amarillas.
Hay noches en que los cuerpos suben
– balas de luz
estrellas fugaces – y cruzan el aire
hasta perderse,
noches en que la traición de los hombres
crece hasta la gloria,
noches que desfilan con banderas negras.
Una noche terrible
me sorbí el mundo
con un finísimo esófago del alma.
Era un líquido gris
un pegajoso deshecho de insectos
una espesa arenilla
una palpitante saliva.
Me repugnó sorberlo.
Me conmovió tragarlo.
La angustia tenía forma de garganta.
Cuánto trabajo.
Lo sentía pasar y pasar
hasta mi vida.
Las cornisas caían como piedras.
El viento arremolinó caballos, un túnel negro
en plena calma.
(qué dolor cuando se llevó un centauro)
El olor del aire.
Abría la puerta y entraban los cadáveres
entraba el humo.
Los hombres se juntaban en babel.
(qué pura la muerte del centauro)
El mar se trastornó en aquellos días y una ola
de sangre inundó las calles. Un barco se iba
abandonando el puerto.
Cuando se fue aquel centauro
– su cabeza hermosa, sus amables brazos –
los hombres callaron en los cuartos sin mirarse.
Cuanta morosidad la de las sombras
que lo rompieron en dos,
que lo olvidaron.
del libro RAZA DE ABISMO ( algunos poemas, año 1975)
(carátula del libro: Alejandro Casares)
Esto es lo triste
porque no creció ni ha muerto nada
porque fue de un casi
porque no tuvo lugar para inventarse
porque no tuvo tiempo.
Esto es lo aquello que por no ir
pasando como todo
se quedó en un donde
se está en donde no se toca nada
y todo sigue intacto. Inexistente
Esta mañana he visto
caparazones blancas
bañadas por el sol
de un sueño húmedo.
He visto caracoles
prendidos de los muebles
como si fueran árboles.
Hay un río pegajoso
en nuestras cosas
en mi montón de hojas
en la silla
de tus vestidos negros
mi pelo era una mata
con ruidos a caracoles
cuando me fui a peinar
Están creyendo
que hay un baldío adentro
y nadie más
Qué es lo que haremos
si esta mañana he visto
un caracol entrando
por la puerta principal.
Baila sin parar
trompo ligero
ella centro
feliz
ingrávida
fácilmente
baila en su eje
un pie en lo mismo
remolinamente
Sola en sí misma
a ella envuelve
nadie aparece
Piensa
está incesante
está consciente
baila tristísima
magnética
pendiente
Caen monedas del techo
agujero y catarata
fluye metálico el tiempo
del descanso y la palabra
esferoides vivas
alma maciza
el dormitorio está lleno
de redondas alimañas
estamos siempre despiertos
balanceando lo que silba
la cabeza es una caja
donde cae una medida
parloteadoras
nutridas
de nuestra pulverizada
y escarlata idea fija
Qué estás haciendo tú
dando manotazos
buscándome como un ciego
de tanto brillo imantado
qué estoy haciendo yo
que no me escucho
simulando que algo cuento
en un bobo y gris murmullo
Caen monedas del techo
no hay amparo
la pobreza ha florecido
y el pensamiento es escuálido
Una voladora
pasó la ventana
Encendemos las luces
abrimos las puertas
la mesa palpita
de arenilla negra
La pared respira
y se lamenta
Le saltó esa mancha
con las patas puestas
Trabaja su nido
por toda la cama
el aire acumula
su lámina extraña
La hora está rota
porque no hace falta
La noche y el día
es lo mismo
La miseria empolla
por toda la casa
Una voladora
pasó la ventana
despliega su forma
palpita y se calla
Los ruidos se ríen
como si lloraran
En el espejo
la veo en periferia
con la mitad de carne
y la mitad al hueso
Se va
Soy sin cabeza
la punta salida
de una vértebra
que habla
el torso se da vuelta
recoge un cráneo y se lo ata
Se va a los fondos
Desde más adentro
me veo accidentada
llamándome
corporizando un presagio
en lo más íntimo
Se sale
Una llorante acaba de callarse
Me mira
con un ojo endemoniado
y el otro triste.
Y por la tarde
me sentí aguaviva
Todo flotaba
flojo
pegajoso
Me estiré
Pensé como aguaviva
en la roca que hace los tajos
en la cruz azul que duele tanto
en el gusto de achicarse
flácidamente Y en la ola
Hay una enana inmigrante en esa playa
de arbustos y agua roja
alerta está
para mirarme
si piso las locuras arenosas
Me ve llegar allí
me acecha
muerde las ramas de los matorrales
deshermanada
huraña por mi culpa
está rondante
Vive cazando
partículas de alma
comienza un mimetismo
cuando llego
sin perdón
sin derrota
sin palabra
espera su momento
Hay una enana inmigrante en esa playa
alerta está
para mirarme
si piso la indolencia y su resaca
Y hubiéramos querido volar o confundirnos
desaparecer la mitad de un costado
hundir la mano entre los senos
sacar los nervios de nube
la tierra rosada
rozar
juntar
volver a ser
después que pasaran sueños líquidos
después de meter el brazo
dentro del otro brazo
entreverar la mirada con la otra
nublarla de colores…
Nos tocamos
la frente y la frente
la boca y la boca
las vértebras desanudaron
un nervio de infinito
empezaron a salir
palabras de cabellos
preguntas de los brazos
recuerdos de la espalda
Y nos acariciamos
Los músculos se armonizaron y sonrieron
se abrió un torrente de música en los poros
y los dedos temblaron llenos de luz…
Y hubiéramos querido
y de podernos
y de caminarnos y necesitarnos
cada uno del otro
hasta desconocernos.
Qué pasó
qué hay
qué confesión te hiciste
qué interrogante colgaste por el aire
paseante
qué traición existe
a qué mundo intacto
dueño de ti te vas
dónde está tu condición
Me contaste
que no sabías si eras inventado
o gratuito o indefenso
o estabas mutilado
Toqué inconsciente
tu placer
tus fantasmas
tu locura
Perseguí a tu hombre transparente
tu desdoblado cuerpo visité
te acaricié por dentro
Que hubo
que idea
que originaste
dueño de ti
paseante
tan extraño, ahí
desde ti mismo
como si no estuvieras
Las huellas que encontré
descaminaban
son las tuyas
las que están junto al abismo
estoy en el paraje de los cráteres
son de hace tiempo
las imágenes que miro
En las dunas te vi
estabas solo
con la cara y la luz
de un poseído
expectante
sabiendo lo que duerme
tenías en la mano
un cuchillo
Después
paseabas con los otros
en otras actitudes que conmigo
gritabas algo
rogabas nada
a una forma de amor desconocido
Tal vez si fueras
tendrías miedo como yo
al ver lo que te he visto:
en la última imagen
me esperabas
preparando una trampa en el camino
caía bajo el efecto de tus ojos
dando vueltas en redondo de ti mismo
Y ahora estoy aquí
afuera
sin instinto
sin preguntar
qué imagen era aquélla
como si no supiera qué esperar
estoy contigo
A su fin
se yergue un faro
torre blanca
la oscuridad de un viajero
lo ve
que llama
solo
certero
más allá de lo escarpado de su alma
Luz
esa mole de piedra
iluminada
habrá que continuar
cortar lo negro
de una mitad a otra
la mañana
Anoche
no quise ver
la luna llena
saliendo de los arbustos
iluminando las piedras
no permití del jazmín
su perfume a primavera
ni con las sombras viví
los fantasmas de otras épocas
no estuve oyente
no estuve tierna
en toda esa envoltura fosforescente y etérea
adolescente y anciana
ojo blanco de la tierra
Estaba hipnótica
metafórica y tan joven
era posible que algo
se colocara sin donde
era irritante su origen
y su amistad con la noche
que no pude más
que irme
para no verme tan noble
tan incompleta
tan triste
luna llena de los hombres
El primer grito gutural
ante lo irremediable
lo dio mi madre cuando nací
no echó su fruto
me echó a mí.
La reflexión materna
que me sabe
oyó que la entidad
no se quería ir
del silencio del mundo
del corazón del alma
de aquella plenitud anfibia
luchando a no morir
La eternidad fetal
la tuve
madre
debo llevarla en mí
el primer grito gutural
ante lo irremediable
tú me lo escuchaste
hurgando fatalmente
por vivir.